Historia

Hablar de Historia es siempre complejo y parcial. Jamás se conoce todo y siempre interviene el elemento subjetivo, sobre todo cuanto más reciente es. De los orígenes de Caspe sólo podemos elucubrar. Para empezar el topónimo de Caspe tiene varias interpretaciones: una dice que puede venir de Caspio, de donde serían los antiguos pobladores. Otros creen que tendría relación con “Qsp, Qasp o Qasb”, es decir “Casba”. Sin embargo es factible que el nombre de nuestra ciudad venga de la raíz indoeuropea “Cass” (encina) y el sufijo “pe” (lugar de, debajo de).

Cuenta la leyenda que fue fundada por Túbal, hijo de Jafet y nieto de Noé en su expedición Ebro arriba. Parece que el actual término fue poblado por distintos pueblos íberos, entre los S. VII y I a. C. según algunas fuentes, pero en cualquier caso lo que sí está contrastado es que los Sedetanos, pueblo íbero especialmente activo en el S. III a. C. de origen indoeuropeo que habitó el sur del Ebro entre los ríos Guadalope y Martín, vecinos asimismo de suessetanos e ilergetes al norte, ilercavones al sudeste y celtíberos al suroeste.

La romanización dejó algunos restos como el Mausoleo de Miralpeix, del S. II. D.C. y otros no conservados. Posteriormente a 711, Caspe fue una población musulmana hasta la Reconquista en 1169 por Alfonso II, que la integró en la Corona de Aragón. Así, con la Orden de San Juan de Jerusalén como auténtica gestora y señora de la Villa, se formó la acrópolis compuesta por la Iglesia de Santa María, luego Colegiata; el Castillo Sanjuanista o del Bailío, y el Convento de la Orden, también conocido como el Hospital, por su labor asociada a esta orden religiosa.

Juan Fernández de Heredia, aragonés universal, y Gran Maestre de la Orden de San Juan le dio esplendor la segunda mitad del S. XIV, hasta el punto de convertir la Iglesia de Santa María en Colegiata y ubicar allí su suntuoso sepulcro, lamentablemente destruido.

Un problema de sucesión al Trono aragonés daría a Caspe su lugar en la Historia: la elección de Fernando I, abuelo de Fernando el Católico, como Rey de Aragón en un proceso pacífico en medio de un clima hostil que presagiaba la guerra dio ejemplo de sensatez al mundo. Fue lo que conocemos como Compromiso de Caspe y no hay duda de que cambió para siempre los destinos de España y el mundo hispano.

En las Edades Moderna y Contemporánea guerras, pestes y hambrunas asolarían Caspe, que renacería una y otra vez. Las sucesivas Guerras Carlistas castigaron y dividieron a la población. La Guerra Civil de 1936 dejaría uno de los pasajes más negros de toda nuestra historia, y arramblaría con buena parte de nuestro patrimonio histórico, artístico y lo que es peor: humano. En Caspe se creó la Confederación Hidrográfica del Ebro y tuvo Sede el Consejo de Aragón, aprobándose un abortado Estatuto de Autonomía de Aragón. A partir de ahí vinieron los años de postguerra, la Democracia y los tiempos que vivimos.

De toda esta historia nos quedan caspolinos ilustres: San Indalecio, el Obispo Martín García, el Obispo Domingo Cubeles, el escritor y académico Miguel Agustín Príncipe, el Coronel Francisco Pérez Gutiérrez, el filólogo Sebastián Cirac Estopañán, los pintores Eduardo López del Plano o Francisco Javier de Quinto, el arqueólogo Manuel Pellicer, el escritor e intelectual Eliseo Bayo, el humorista Manolo Royo, el neurólogo Alberto Portera, el científico José María Albareda, secretario general del C.S.I.C. , el religioso franciscano Celestino Cebrián Cirac, y muchos otros.

La romanización dejó algunos restos como el Mausoleo de Miralpeix, del S. II. D.C. y otros no conservados. Posteriormente a 711, Caspe fue una población musulmana hasta la Reconquista en 1169 por Alfonso II, que la integró en la Corona de Aragón. Así, con la Orden de San Juan de Jerusalén como auténtica gestora y señora de la Villa, se formó la acrópolis compuesta por la Iglesia de Santa María, luego Colegiata; el Castillo Sanjuanista o del Bailío, y el Convento de la Orden, también conocido como el Hospital, por su labor asociada a esta orden religiosa.

Juan Fernández de Heredia, aragonés universal, y Gran Maestre de la Orden de San Juan le dio esplendor la segunda mitad del S. XIV, hasta el punto de convertir la Iglesia de Santa María en Colegiata y ubicar allí su suntuoso sepulcro, lamentablemente destruido.

Un problema de sucesión al Trono aragonés daría a Caspe su lugar en la Historia: la elección de Fernando I, abuelo de Fernando el Católico, como Rey de Aragón en un proceso pacífico en medio de un clima hostil que presagiaba la guerra dio ejemplo de sensatez al mundo. Fue lo que conocemos como Compromiso de Caspe y no hay duda de que cambió para siempre los destinos de España y el mundo hispano.

En las Edades Moderna y Contemporánea guerras, pestes y hambrunas asolarían Caspe, que renacería una y otra vez. Las sucesivas Guerras Carlistas castigaron y dividieron a la población. La Guerra Civil de 1936 dejaría uno de los pasajes más negros de toda nuestra historia, y arramblaría con buena parte de nuestro patrimonio histórico, artístico y lo que es peor: humano. En Caspe se creó la Confederación Hidrográfica del Ebro y tuvo Sede el Consejo de Aragón, aprobándose un abortado Estatuto de Autonomía de Aragón. A partir de ahí vinieron los años de postguerra, la Democracia y los tiempos que vivimos.

De toda esta historia nos quedan caspolinos ilustres: San Indalecio, el Obispo Martín García, el Obispo Domingo Cubeles, el escritor y académico Miguel Agustín Príncipe, el Coronel Francisco Pérez Gutiérrez, el filólogo Sebastián Cirac Estopañán, los pintores Eduardo López del Plano o Francisco Javier de Quinto, el arqueólogo Manuel Pellicer, el escritor e intelectual Eliseo Bayo, el humorista Manolo Royo, el neurólogo Alberto Portera, el científico José María Albareda, secretario general del C.S.I.C. , el religioso franciscano Celestino Cebrián Cirac, y muchos otros.

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